Me ha gustado este relato del blog de
Hispasec - Una al Día, sobre todo lo de los
"más listos de la clase" y aunque no estoy muy seguro de ello siempre se agracen que a uno le mimen un poco, no todo va a ser recibir ostias y desprecios en nuestro día a día, ¿o si?
Suena
el teléfono, llamada entrante. Al principio parece un sueño, te cuesta
discernir la realidad de la neblina que poco a poco se va despejando y deja que
tu raciocinio tome asiento en la cabina. Ves el identificador y te sube el
pulso. Vaya, exclamas, jamás pensé que me iban a llamar. En las películas te
llama, mínimo, un coronel, aquí suena la voz seca, directa, aunque con unas
gotas de condescendencia de una sargento: “Hola. Le llamo por la activación del
protocolo alpha-oscar-charlie. EMACON, paseo de la castellana, oficina 45B, a
las 6:00 JULIET, lleve su identificación y DNI. ¿Confirma su asistencia?”.
La
cabeza te da unas cuentas vueltas. Intentas recordar torpemente que era el
protocolo o quién demonios era JULIET, pero de lo único que te acuerdas es de
las fotos de aviones y los bizcochos que había en la sala aquel día. “¿Oiga,
confirma su asistencia?”, insiste tu interlocutora. El paladar ya demanda la
primera ración de café y mientras el cuerpo sigue saliendo a marchas forzadas
de su éstasis interrumpido, lo único que tienes ganas es de colgar, volver a la
cama y que la sargento tache tu nombre. Que se olviden de ti y llamen al
siguiente de la lista. Estás a punto de hacerlo, pero en ese instante tu
cerebro encuentra el valor de la clave alpha-oscar-charlie: Ataque Objetivo
Civil. “Sí, sí, claro. Confirmo asistencia. Gracias, adiós”. Te vistes, coges el
portátil, olvidas el cargador como Dios manda y sales sin ni siquiera acordarte
en cuál de los seis coma tres kilómetros de Castellana está el EMACON o que
significan sus siglas.
Llegas
en taxi y te apenas, porque pensabas que esto iba de que te recogían en casa
dos tíos trajeados en una limusina. Entras en una sala y ves a algunas caras
conocidas: un académico, dos antiguos compañeros de trabajo y dos o tres caras
que de inmediato asocias a tu timeline en Twitter. Huele a café y hay un
soldado dejando bizcochos en una bandeja. A por ella. La conversación versaba
sobre un único punto: Porqué estaban allí. Todo lo que sabían era que algo
fallaba. Las redes sociales llevaban varias horas en silencio, no había un solo
comentario desde hacía horas, es más, ni un solo servidor de cualquier red
social respondía a petición alguna. Solo el silencio.
Entró
un teniente coronel acompañado de varios oficiales de menor graduación.
Señores, pasen a la sala contigua, pónganse cómodos, aunque esto va a ser
breve. El hombre rozaba la cincuentena, no muy alto, delgado y con aspecto de
sacarle ventaja en una carrera a cualquier veinteañero. En el rostro podía
leerse fácilmente la lucha entre una marcialidad entrenada durante años, ya
empotrada en la piel, y un tímido ápice de preocupación. Procedió con el
briefing: “Hace tres horas, España y por reflejo Portugal, han sido
completamente desconectados de Internet. Supongo que lo habrán notado en sus
respectivos dispositivos, no pueden alcanzar ni resolver servicio alguno que se
encuentre fuera de nuestras redes. Hay más y esto es lo verdaderamente
acuciante, las dos plantas de conversión energética de una ciudad española han
sufrido una infección en su infraestructura y han sido desconectadas por
completo. La ciudad está completamente a oscuras, aislada e incomunicada. Todo
lo que sabemos es vía comunicación satelital. Hospitales, emergencias,
quirófanos y otros servicios están funcionando con generadores y lo harán hasta
que consuman sus reservas de diésel. Eso ocurrirá en cinco horas máximo.” Cinco
segundos de silencio. Segundos en los que nos miró fijamente uno a uno…
La
ciberreserva. Un tema que ha suscitado más de una conversación, debate,
artículo, etc. ¿Hay que pagar a los hackers? ¿Significaría colaborar con los
militares? ¿Con los políticos? Hay una miríada de opiniones sobre el
significado exacto, las consecuencias de aceptar la colaboración y la
“recompensa” de hacerlo. Quienes se guían por su color político (todos
respetables) tienden a abrazar o rechazar la idea. Quienes ven una oportunidad
de consolidar una posición profesional, valoran o no abrazar la carrera de las
armas. ¿Es correcto, no lo es? No hay una posición que ostente la absoluta
razón y verdad. Todo va a depender del prisma con el que se mire.
Sobre
si hay o no dinero para la pagar a la ciberreserva tiene una respuesta
inmediata: no, no lo hay. No solo porque no existen fondos, sino porque no se
trata de crear una división especial. Se trata de una agenda telefónica, nada
más. En palabras del coronel Gómez de Ágreda:
“La
ciber reserva es mucho más simple que lo que se ha contado hasta ahora: es
una libreta de direcciones. Es tan sencillo como tener identificadas a
las personas que saben hacer algo específico en ciberseguridad, y que puedan
ayudar y aportar de forma desinteresada y voluntaria. Entre todos tenemos
que hacer de este ciberespacio algo más habitable”.
Ya
está. Solo eso. Nada más. Saber a quién deben llamar. Ya hay personal muy
cualificado en el ámbito militar (eso incluye inteligencia) y los cuerpos
policiales, todos conocemos o nos suena alguien. De hecho, si se quiere una
oportunidad laboral tan solo hay que preparar unas oposiciones y orientar la
carrera profesional hacia esas especialidades. ¿Cómo van a pagar talento si ya
a las empresas nacionales le cuesta sujetarlo y competir con el atractivo de
trabajar para una empresa extranjera, con condiciones infinitamente mejores?
Es
notable, y una reacción totalmente justificada, ponerse alerta cuando este
concepto de ciberreserva sale de boca de la política. En ese momento te
detienes a leer entre líneas y ver “donde está el truco”, de inmediato te pones
a la defensiva. Es instintivo. Aun así, esto todavía es muy reciente, la
información que se desprende puede incluso ser contradictoria y a cada paso da
la impresión de que se está confundiendo más al personal que aclarando el
asunto.Todo está por ver. Pero hay una cosa clara. Estoy completamente seguro
de que quienes ahora critican, se burlan o pelean virtualmente sobre este tema
no van a dudar en atender a una llamada y salir a arrimar el hombro si algún
día ocurre algo parecido al relato que abre este artículo.
Independientemente
del color de las ideas de cada uno o cada una, algo que tenemos en común es que
a la hora de la verdad los centros de donación de sangre de llenan de brazos o
las playas colmadas de chapapote de voluntarios. Cuando se prescinde del color,
las líneas a seguir se ven con meridiana claridad. Eso sí, que nadie
piense que va a mover voluntades para limpiar algo que nunca se tuvo que
manchar. Esta vez han dado con los más listos de la clase y tarde o temprano lo
descubrirán.
Culex.